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Cuándo hablar de economía social

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antonio_peredo.jpgAutor: Antonio Peredo Leigue. Bolivia.

Somos un país, como la mayoría, todos ubicados en Asia, África y América Latina, que busca constantemente una salida a los que, elegantemente, los ricos llaman “subdesarrollados” o “en vías de desarrollo” aunque, en realidad, somos países empobrecidos. Cada vez que intentamos hacerlo –y los intentos han sido muchos a lo largo de todo el siglo pasado-, desde las mismas metrópolis nos llegan las recetas que, como es lógico suponer, nos dejan en el mismo punto de partida, a veces más atrás y siempre descorazonados. Somos países destinados a la pobreza eterna, por decisión divina.

 

 

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La solución es, ahora PyMES que, traducido al castellano, dice: Pequeñas y Micro Empresas. El término, el programa y su implementación, están en todas partes; aquí, en Argentina, allá, en México y acullá, en el Asia.

La propuesta nos ilusiona porque, en definitiva, estamos reducidos a eso, a tener empresas de 10 o 12 obreros o, peor aún, talleres en los que trabaja toda la familia llamados, para darles cierta importancia, micro empresas. Si nos ofrecen programas que constituyen a las PyMES en el centro de inversión, desvelo y dedicación, es fácil que lleguemos a la conclusión que ese es el camino correcto a nuestro desarrollo. Por tanto, nos inundan con su literatura, sus planteamientos y hasta promesas de animación. ¡Sigamos produciendo en pequeño! ¡Así saldremos del atraso!

 Economía social para el consumismo 

La Conferencia Europea Permanente de Cooperativas, Mutualidades, Asociaciones y Fundaciones, proclama que éstas se han formado para responder a los nuevos desafíos de nuestra sociedad.

 

Seguimos el texto de esta proclama: La economía social cuenta con una amplia base social y lleva a cabo sus actividades bajo formas jurídicas variadas, mostrando su competitividad, crecimiento y capacidad de adaptación a nuevos desafíos sociales y económicos.

 

Luego agrega: Así, la economía social es un componente fundamental de la sociedad civil organizada que adopta posturas y da su opinión a los poderes públicos en la elaboración, desarrollo y evaluación de políticas que afectan a la vid de los ciudadanos.

Remata con esta preciosa declaración: La economía social contribuye de manera significativa a la construcción de una sociedad plural, más participativa, democrática y solidaria.

 

¡Excelente! Salvo que, en un pie de página, dicen la verdad: la economía social en la Unión Europea representa el 8% del total de empresas y el 10% del empleo total. De ese modo, por supuesto, pueden participar, emplear a los que expulsa la gran empresa, ahorrar dinero al seguro de desempleo y, de vez en cuando, ¡muy de vez en cuando!, hacer conocer su opinión de modo que, la sociedad en que viven (británica, italiana, francesa o alemana) se considere participativa y democrática.

 

Claro que, el verdadero rol que juegan, es contribuir al mayor consumo de aquellas naciones en las que se ha impuesto el despilfarro.

 Economía social para el desarrollo 

Es lógico que, a partir de sociedades que se formaron según los ideales liberales (individualismo político, social y económico) los obreros hayan propiciado las mutualidades y, luego, las cooperativas, para concluir, ahora, en las PyMES. No es una apreciación despectiva. Cumplen un rol que es efectivo en esa estructura social. Pero nosotros, países empobrecidos, tenemos otra estructura con sus distorsiones, retrasos, deformaciones y contracciones. Debemos hacer conciencia de que, la aplicación de recetas de importación concluyen siendo benéficas para sus autores, no para nosotros.

 

¿Qué tenemos en Bolivia? En los centros urbanos, una proliferación de empresas mínimas y talleres familiares que, junto con las cooperativas, proporcionan más del 80% del empleo total del país. En el área rural, el ayllu comunitario o la central agraria establecen la estructura de producción.

 

Esto es, básicamente, porque somos país empobrecido. No somos pobres, no nacimos como nación insuficiente. Al contrario, debido a la riqueza que tenemos, hemos sido empobrecidos por la voracidad de las metrópolis. En tales condiciones, la alternativa de la supervivencia es la agrupación en tales entidades, cuando no optamos por el exilio voluntario para buscar mejores oportunidades en otras latitudes.

 

Ahora bien. No se trata de quejarse para concluir pidiendo préstamos y ayudas que nos mantengan en esta misma situación. Busquemos nuestros propios métodos para responder a los desafíos de la actualidad. Tomemos la experiencia de la integración, camino que ya ha transitado la Unión Europea, pero no podemos asumir que todos sus pasos fueron y son correctos.

 

Es el caso de las PyMES, debemos seguir un camino distinto. Un camino diferente, porque no se trata, como en Europa, de contribuir a consolidar la sociedad ya desarrollada. Lo que buscamos es llevar hacia el desarrollo a esta sociedad empobrecida. El método, por supuesto, no puede ser igual. 

 Del taller a la industria 

Consolidar el taller y la pequeña empresa en su estado artesanal, cooperativista, de servicio básico o producción agrícola, para mencionar sólo algunas formas, es negarnos al desarrollo.

 Por cierto, hay que partir de esas empresas mínimas. Una cooperativa, como las que vemos en los yacimientos de minerales, no serás potenciada jamás, si no se la orienta a su tecnificación, tanto en el proceso de extracción de los minerales, como en su manejo económico. Un artesano podrá enriquecerse personalmente, si comienza a contratar otros de su mismo arte para cumplir los compromisos que son mayores cada año; lo que no podrá hacer, es darle una orientación que mejore las condiciones de vida de sus pares que seguirán haciendo lo mismo que sus padres y sus abuelos y, en consecuencia, viviendo como ellos vivieron.  

Que la elaboración manual es más preciada y la pequeña producción agrícola sabe mejor, es indiscutible. Pero, la consecuencia es que seguiremos viviendo en la miseria para que, quienes viven en las sociedades desarrolladas, disfruten el deleite de nuestras manualidades y cultivos en detalle.

 

¿Cómo transformamos el taller en industria? No podemos seguir el camino que se operó en Europa desde el siglo XVI hasta nuestra época. Pero tenemos ventajas que no apreciamos todavía. El espíritu comunitario es diferente al “un hombre, un voto”; el patrimonio de la entidad, pertenece al conjunto, no es divisible en acciones, como ocurre con la cooperativa, la mutual o la empresa mínima. El trabajador, hombre o mujer, se beneficia con el producto del trabajo, luego que el conjunto ha satisfecho sus necesidades; así será mientras esté integrado, pues cuando se retire no reclama ninguna propiedad. Este principio permite que el patrimonio crezca en beneficio de la colectividad y, en determinado momento, alcance el nivel de desarrollo necesario.

 

Esa es la reflexión general sobre la forma en que debemos encarar el desarrollo. ¡Salgamos de la rigidez de los PyMES y otras fórmulas que nos envían desde Europa!

 

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