Por: Mirenchu Pinto.
A sólo 100 km de Santiago, Chile, dos mil personas viven de espalda a los mercados y el consumo. En el pueblo no hay bancos, ni grandes tiendas, cines ni oficinas ministeriales… a cambio miran al sol caer en el pacífico y cuentan los días y meses, según las bandadas de pájaros que llegan. Dicen que no mueren y los que mueren se van sanos; viven entre cruces, poesías, santuarios de naturaleza y reservas marinas. Myriam Carmen Pinto, Las Cruces, Chile.
Por: Mirenchu Pinto.
A sólo 100 km de Santiago, Chile, dos mil personas viven de espalda a los mercados y el consumo. En el pueblo no hay bancos, ni grandes tiendas, cines ni oficinas ministeriales… a cambio miran al sol caer en el pacífico y cuentan los días y meses, según las bandadas de pájaros que llegan. Dicen que no mueren y los que mueren se van sanos; viven entre cruces, poesías, santuarios de naturaleza y reservas marinas. Myriam Carmen Pinto, Las Cruces, Chile.
Son pescadores, mariscadoras, monjas, ex trabajadores agrícolas; estos últimos una gran familia, propietaria de los terrenos cedidos por sus patrones en la época de las haciendas, hoy casi todos loteados y vendidos. Sus pensiones no llegan ni al salario mínimo, pero son dueños de vacas y caballos que transitan libres por solitarias calles mordiendo flores de jardines y hojas de pinos cipreses, entre golondrinas, picaflores, tordos, cielos estrellados, gallos y grillos, cantando día y noche.
Aquí también residen arquitectos, artistas, artesanos y jubilados, todos huyendo de la capital, buscando desintoxicarse, silencio, contacto con la naturaleza; ejercer el derecho a respirar.
Cohabitan, entre casas y cabañas, vacías y cerradas, casonas y castillos casi abandonados, testimonios de vidas palaciegas de la elite del siglo XIX, quiénes diseñaron este balneario, asimilándolo a los que conocieron en Francia e Inglaterra, aspirando sentirse aún en Europa; así lo pensaron y entonces creían.
Su proyecto quedó a medias. Se fueron cuando este lugar perdió su exclusividad, conservándose los antiguos barrios “El Vaticano” y “El Quirinal”, sus casas señoriales, muchas de ellas con grutas y capillas, las calles circulares, palmeras, una estatua de la virgen Stelamaris y dos iglesias de piedra. A este potencial de puesta en valor como “zona típica patrimonial”, se suman los rezos del rosario, todas las tardes, y las cuatro misas de los domingos veraniegos.
En Las Cruces, no hay una plaza principal, pero sí playas, acantilados, roqueríos, una laguna santuario, una reserva marina, un parque ecopoético reserva de flora y fauna autóctona con ecopoemas escritos en troncos y cortezas.
En el sector, “Punta del Lacho”, hay muchos miradores que permiten observar ocasos que dejan entrever hasta la propia curvatura del planeta y el rayo verde que se muestra a los verdaderos enamorados.
Desde aquí se aprecian playas vecinas y unas viejas cruces erigidas entre las rocas en recuerdo de un naufragio. De esta historia surge el nombre “Las Cruces”.
“Es como un imán que viene del mar y que no se puede dejar de enmudecer”. “El mar sereno, el mar que baña de cristal la patria”. Así lo siente y describe el poeta Nicanor Parra, quién eligió residir en este pueblo hace unos 25 años, diciendo en sus poemas que duerme en una cruz y que tal vez bajo ella hay una iglesia.
Entorno de Nicanor Parra
La casa de Nicanor Parra se llama “Torre de Márfil”, aunque es blanca y negra con tejuelas oscuras en el techo. Está en la calle Lincoln; una larga calle que atraviesa el pueblo como una cicatriz formando una cruz media curva, agregando a su cabecera una escalera de piedra. A un costado, casi al llegar a sus pies, hay una casa de la cultura llamada Nicanor Parra y la calle Violeta Parra.
La casa mira hacia el mar, frente a frente a Cartagena y a la tumba de Vicente Huidobro y por su puerta de acceso, un rayado que dice “Antipoesía”, escrito por el mismo poeta, mira a Neruda, su casa museo y tierra de reposo en Isla Negra, balneario vecino.
Por el lado de la playa, la casa no deja ver su actividad, escondiéndose entre árboles que él poeta ha dicho no podará ni cortará nunca más.
Subiendo desde la playa y la caleta de Los Caracoles, la vida rural cotidiana y en verano de visitantes playeros, se reúne y sale a su paso… el supermercado, la posta, dos locales de internet, otro de verduras y un buenpar de pares de botillerías para los sobrevivientes que intentan recomponer sus almas desgarradas.
La parroquia principal tiene un antiguo campanario y para llegar a ella es necesario atravesar un pequeño puente paralelo a la orilla del mar, subir una escalera que lleva al cielo, trepar una colina o bien adentrarse hacia un sinuoso sendero de arena dorada, cruzando colinas y barrancos llenos de vegetación rústica.
No hace mucho se instaló un resort, la única edificación urbana y moderna. Ubicado frente a la playa grande está cercado y para entrar hay que ser socio y/o invitado, mostrar el carnet y firmar un libro grande de registros.
Nadie envejece ni muere
En el pueblo antiguo todos se miran, sonríen y saludan. Dicen que aquí nadie envejece ni muere y los que mueren se van sanos para que no los olviden. Quizás por ello, tampoco hay cementerios.
Cruces en la poesía de Nicanor Parra – “Voy y vuelvo”
“Los saluda con lágrimas de sangre
El poeta que duerme en una cruz”.
“Tal vez bajo esta cruz hay una iglesia”.
“Más temprano que tarde caeré de rodillas a los pies de la cruz”.
“Tarde o temprano llegaré sollozando a los brazos abiertos de la cruz”.
Fotografias blanco y negro Miguel Navarro Cofré; fotografias color José Aravena Varela, Mirenchu Pinto y Alejandra Solis Farias. Gritografias en red, diciembre 2011.
1 comment
Un anciano misterioso que revolucionó mi pueblo, quizás de que planeta vino, dejando a Los Crucinos, con un gustito de porque no se acercaron más a él.