Home Cultura-Ecología Eduardo Labarca revela triste epílogo de soledad que vivió Nicanor Parra en su ocaso y “una guerra a cuchillo por su herencia”.

Eduardo Labarca revela triste epílogo de soledad que vivió Nicanor Parra en su ocaso y “una guerra a cuchillo por su herencia”.

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Nicanor Parra 2014.

En el relato, publicado por El Mostrador, “Las dos muertes de mi vecino Nicanor“, el escritor, Eduardo Labarca, quien fuera cercano al antipoeta, se refiere al nieto de Nicanor como, “Un personaje ávido de protagonismo, al que lamentablemente tendré que volver a referirme”.

Recuerda un incidente acontecido el sábado 24 de junio del año pasado, donde Tololo Ugarte fue detenido por carabineros mientras manejaba el escarabajo, con su abuelo de copiloto.

Ugarte mantenía una orden de detención pendiente por manejar en estado de ebriedad en San Felipe. “El abuelo centenario venía en el asiento del copiloto y quedó varado dentro de la cápsula metálica hasta que Emilio Solovera, un vecino de familia de músicos que iba pasando por la Playa Chica, condujo el escarabajo de vuelta con su ilustre ocupante a su casa del llamado barrio Vaticano”, recuerda Eduardo Labarca.

Sobre la firma del testamento, recuerda lo siguiente;

“El 4 de septiembre pasado, víspera del día en que cumplía 103 años y faltando cuatro meses y medio para su muerte física, mi vecino Nicanor Parra fue sacado de su casa aquí en Las Cruces y llevado a una notaría de San Antonio a firmar un testamento en el que privilegia a su hija menor, Colombina. Se explicó que ella se encargaría de preservar su patrimonio creativo y convertir dos de sus casas en museos: encomiable. Pero la hija mayor, Catalina, flanqueada por sus abogados, ha puesto en duda el testamento, lo que podría presagiar -hago votos por que no suceda- una guerra a cuchillo en esa familia de potentes individualidades. Mala cosa: mi vecino no merecería esto. Si una persona ha superado los cien años, su firma al pie de un testamento desestibado a favor de un solo heredero siempre tendrá un tufillo sospechoso”, opina.

Respecto a los últimos meses de Nicanor, Labarca recuerda que, mientras, “el inefable vocero- nieto daba patadas de mula a personas del entorno de su abuelo, como el mencionado coleccionista César Soto, poeta, amigo de cuatro décadas y editor de un opúsculo de Parra, o contra Cecilia García Huidobro Mac Auliffe, decana de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales, universidad en la que Parra estaba arranchado de larga data, que ha publicado sus libros, cuya biblioteca lleva el nombre del antipoeta y que le pagaba un sueldo como profesor honorario hasta su muerte”. Nicanor, en Las Cruces, llamaba a gritos, durante el sueño, a su hermana Violeta y, “Con un saldo de energía lanzaba garabatos y arrojaba lejos el lápiz cuando le traían un nuevo documento para que lo firmara”.

Nicanor se iba apagando en soledad, a pesar de encontrarse acompañado de su hija y el nieto, pero la preocupación principal de ellos y del abogado Luis Valentín Ferrada, más que en la forma de ayudarlo a recorrer en paz el tramo final de su paso por este mundo, era ocuparse del inventario y centrarse en el “patrimonio Parra”.

En el último año, Nicanor ya no leía libros pero seguía hojeando El Líder de San Antonio —el mejor diario de Chile según él— y La Tercera, además de El Mercurio dominical, que le subían desde el quiosco de la playa al minimarket Juan Carlitos. Sin embargo, cuando la trifulca sobre su patrimonio invadió los medios, Colombina pidió que no le trajeran más los diarios pues “ya no puede leer”. Su cuidadora por años, Rosita, fue despedida y su reemplazante, Nicul Lincoleo, la nana mapuche con estirpe de machi que la remplazó, siguió el mismo camino.

De ese modo, Nicanor ya disminuido quedó definitivamente encapsulado en Las Cruces, fuera del mundo y sin manera de informarse sobre lo que se decía y estaba pasando respecto a su persona. La desconfianza estaba instalada y los grandes amigos del antipoeta, sabiendo que no serían bienvenidos, dejaron de llegar a Las Cruces.

Con el paquete del “patrimonio Parra” bien atado, un Nicanor débil y ausente fue llevado de nuevo a La Reina una tarde de calor sofocante, traslado al que se habría resistido hasta el final con las pocas fuerzas que le quedaban. El nieto afirmará que “quería ir a morirse en La Reina”, aunque a los vecinos nos repetía que moriría y sería enterrado en Las Cruces. No parece verosímil que de un día para otro Nicanor haya querido morir en Santiago y que su cadáver fuese zarandeado de vuelta al litoral.

Finalmente, el día del funeral en Las Cruces, corrió la noticia: el Tololo y su padre, convertidos en aduaneros de la muerte de uno de los grandes de Chile, daban a conocer “a nombre de la familia” (?) la nómina de quienes serían expulsados si se aparecían en el entierro que tendría lugar mirando al mar.

Escritor y periodista, Eduardo Labarca.

Acá, relato completo publicado por el diario digital, El Mostrador.

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1 comment

eugenia aguilera morales 03/03/2018 - 21:40

la verdad que da pena y verguenza,como se le cortan las alas aun viejito que solo soñaba en morir en el lugar en donde se sentia libre y acompañada de las ´pocas personas que lo podian visitar,que falta de respeto a las deciciones de don nicanor,se nota que solo les importa su patrimonio,no sus obras que lo llevaron ha hacer de el muy conocido por el mundo,estoy molesta con las actitudes de estas personas. una crucina.

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